17 de noviembre de 2008

La culpa es de los bancos

Por fin se cayeron las piramides, bueno, algunas de ellas. No se sabe cuantas hay y sólo con el derrumbamiento de un par de estas el país ha entrado en pánico. El gobierno ya decretó uno de esos estados de excepción que lo vuelven omnipotente para hacer, a pupitrazo, lo que sea que le de la gana. Destrucción, desorden, caos y hasta un suicidio a bordo, tal cual crisis del 29, ha dejado este carro loco Los cientos que otrora hacian fila afuera de improvisadas oficinas para reclamar los dividendos de su "inversión" se quedaron con el rabo entre las patas. Muchos habían ganado diez veces lo que habían metido, pero la avaricia no les permitió salirse del juego. Querían mas. Al fin y al cabo son humanos. Muchos ganaron, muchos perdieron. Viéndolo así, esto de las pirámides es sólo un sistema de redistribución del dinero. El problema es que esos que perdieron, y que metieron su dinero a sabiendas del alto riesgo, ahora dicen que los estafaron, que ellos no sabían lo que podía pasar, que quién les va a responder. Querían jugar, pero no estaban dispuestos a perder. Sin embargo, y a pesar de que muchos analistas le han achacado el crecimiento de las pirámides a la "idiosincracia traqueta del pueblo", la verdadera culpa la tienen el sistema financiero y la banca colombiana. Los exesivos cobros por servicios, los altísimos intereses, los ínfimos dividendos que le retornan a los usuarios por el dinero ahorrado y la crueldad con que cobran las cuentas pendientes son algunas de las características de nuestra banca, aquella misma que hace menos de una década, cuando estaba agonizante, salvamos con el dinero de nuestros impuestos. Las personas no quieren meter su dinero en una banca que los explota. Una banca que a pesar de tener ganancias astronómicas, ahoga a miles de usuarios con sus cobros. ¿Porqué las pérdidas de los bancos se democratizan, pero a la hora de dividir las ganancias pocos se quedan con éstas? La banca colombiana es como un cuervo: después de ser bien alimentado por el pueblo no le basta con haberle sacado los ojos, sino que parece no querer dejar un ápice de carne sobre sus huesos. Se cayeron unas pirámides, pero el problema de fondo no se ha solucionado y muchas otras surgirán. A menos, por supuesto, que una vez más el gobierno colombiano, como lo ha hecho sistemáticamente durante toda la historia, oprima la expresión del mal sin acabarlo de raíz. Al parecer, los opresores ganarán otra vez.

14 de noviembre de 2008

Escribo aunque no quiera

Hoy desperté extrañando a mi madre. Esta mañana ella no está ahi para mi. Me levanté mal dormido, enguayabado, con un cargo de conciencia tan pesado como el mundo. Me levanté con sueño, sin poder dormir. Sentí frío de sentirla lejos. Mis demonios otra vez me artormentan. Descubro que aún siguen ahí, en la mitad del pecho, apretando, señalando. No me dejan en paz. No me dejan dormir. Me hacen escribir. Escribo aunque no quiero. Mi cabeza da vueltas. Mi estómago es una fiesta. Tengo mucho sueño, pero no puedo dormir. Voy de un lado a otro en la cama, ocultándome de la luz, queriendo huírle a la vida. Queriendo huír de nuevo. Huír del pasado, de lo que se quedó en los recuerdos, de lo que duele. Correr de mí mismo. Alejarme de lo que sé que hice mal. Olvidar que mientras lo hacía sabía que no debía. Callar la conciencia. Señores, hoy extraño a mi mamá, pero sé que no quisiera estar con ella ahora. No podría mirarla a la cara, me enfermaría su desayuno y me molestaría su charla. Lo único que sería capaz de hacer es tomarla fuerte entre mis brazos. Lloraría amargamente.

Letanía

Escribir es estirar las alas en el ancho cielo de la imaginación, encerrar pensamientos entre letras, que no vuelen libérrimos perdiéndose en el tiempo. En la angustia de tener tanto que decir, ignotos mundos para relatar fijos en las pupilas, el papel recibe la descarga tremenda de una retórica que llegó sin desaparecer. Duele el mundo en mi, en cada detalle que se pierde entre los vericuetos de la cabeza, en las ricas historias incompletas y las yermas noches de incansable ocio que en el extravío de banales ocupaciones desperdicié. Cada párrafo es un parir. Viene con sufrimiento y convulsiones de tan liviana memoria desterrante de momentos olvidados. He aquí lo que quiero contar, libre la palabra que encierra la letra, fresco el sentir que el pecho guardó.

¿Quién soy?

Estudiante de Comunicación Social y Filosofía. ricardotp@hotmail.com ---- ricohin

Para seguir. No escribo mucho