22 de julio de 2009

Del nuevo pueblo...

Con razón de la celebración de los 199 años de independencia de la corona española en Cali se realizaron, el 18 y 19 de julio, unos conciertos de reggae, música del pacífico y hip hop en el teatro al aire libre los cristales.
Era un espacio cultural de la Alcaldía, que puso la mayoría de recursos para cuestiones de iluminación, sonido, logística y seguridad. Debido al carácter público del evento y acorde con la ineficiencia que esto determina, no se informó a la comunidad sobre su ocurrencia.
Yo me enteré por un amigo aficionado a ver el canal regional que, sabiendo lo inédito de las actividades culturales municipales y gustándole mucho éstas, mantiene al tanto de dicha agenda.
Nos encaminamos bajo el tremendo sol de la una de la tarde, atravesando aires caldeados e inmóviles que fueron gran resistencia mientras recorrimos San Antonio, buscando las frescas lomas del teatro. Llegamos casi puntuales, pero la sorpresa fue grande y el aburrimiento mucho: aunque debía empezar a la una, esperamos hasta las cinco y media para que la primera banda se presentara.
Durante el tiempo de espera, sobre llevable gracias a la exhuberancia de los árboles caleños, un incipiente público se agolpó en los alrededores del lugar. Había todo tipo de gente: desde tipos con crestas y aretes hasta otros muy estirados con enormes y graciosas gafas de sol. Todas las modas y tendencias se encontraron allí.
Empezó tocando un grupo de Yumbo música pacífica y caribeña mientras la gradería se poblaba de espectadores que, de la nada, aparecieron por montones hasta hacer fila para ingresar.
Me dio alegría que a pesar de la poca propaganda los jóvenes respondieron con su asistencia, sin reparar en las notables diferencias que tenían unos de otros.
Siguió un grupo de hip hop que alborotó los ánimos. Eran personas del Distrito de Aguablanca que pregonaban letras violentas, quejumbrosas como el mendigo que estira la mano pidiendo monedas. En su poca originalidad, arrojando sentencias descaradas contra unos y otros que no fueran pobres como ellos, no hacían más que imitar paupérrimamente a los raperos gringos. Cantaban sobre el sistema y la discriminación mientras se balanceaban sobre tenis Nike de variopinto colores y movían la cabeza como patos electrizados.
En las gradas, muchos los ovacionaban alzando los brazos al triste cielo, saltando y copiando aquellos movimientos ridículos de gueto negro.
Al ocaso llegaron frescos vientos farallonezcos que trajeron otro tipo de gente. Personajes mal trajeados, de caras fragosas y ropas anchas, con ojos oscurecidos de odio y miradas provocantes. El nuevo pueblo hacía presencia venido desde los arrabales: muchachos criados por la televisión, educados en las salvajes esquinas sin más valores que el del dinero, ansiosos de prestigio social pero adversos al esfuerzo, rencorosos de un Estado y unas clases sociales que se han vaciado los bolsillos cargando con las obligaciones que sus familias no asumen, convencidos de una deuda que la sociedad tiene con ellos y febriles a la hora de exigir su pago.
Desde la tarima, arengas populistas contra el capital, políticos y las "paramilitares fuerzas militares colombianas" vibraron en todo el teatro ante la mirada atónita de algunos, como mis amigos y yo, y las acaloradas celebraciones de muchos.
Sentí una incomodidad inquieta al escuchar a aquellos bufones y a su público. Decidí retirarme. Mientras lo hacía vi con asco a ese nuevo pueblo tan ignorante, falto de valor y principios, con mucha energía para gritar, destruir e insultar y tan poca para construir y progresar. Un pueblo ocioso y malagradecido que se lamenta de los políticos que llegan al poder por su voto irresponsable, que entregan en trueque inmundo. Unas gentes que desprecian toda ayuda estatal, convirtiendo las obras civiles en sucias ruinas y rechazando el control policivo mientras protege a delincuentes destructores de la sociedad benefactora.
Me retiré decepcionado a caminar por la ciudad. Con una punzada en el estómago, que apenas digería el mal trago, miraba los parques abandonados y sucios. Los oscuros andenes me llevaban por caminos conocidos, los mismos tristes andares que seguirá recorriendo el país si persiste esa cultura popular de mierda, destrucción, facilismo y mal agradecimiento.

2 comentarios:

catalina dijo...

mmmmmmmm...

"Buena redaccion", sin embargo caes en la ignorancia, hay que leer, el que no lee no aprende y un comunicador debe tener mente abierta...

leete a Carles Feixa " Antropologia de la juventud"

suerte

Ricardo Hincapié Trujillo dijo...

¡Gracias por el comentario Catalina... sin apellido!

Me alegra tu agrado por la redacción.

Esa fue mi impresión de esas personas, que junté con las nociones sociales que tengo para sacar el texto. No pretendo, ni más faltaba, sentar mi posición como correcta. En cuestión de pareceres sólo el tiempo es juez.

Entre más leo más ignorante me siento... Así que espero seguir muy ignorante por mucho tiempo y que me lo repitas cuando sientas que debes.

Gracias

Letanía

Escribir es estirar las alas en el ancho cielo de la imaginación, encerrar pensamientos entre letras, que no vuelen libérrimos perdiéndose en el tiempo. En la angustia de tener tanto que decir, ignotos mundos para relatar fijos en las pupilas, el papel recibe la descarga tremenda de una retórica que llegó sin desaparecer. Duele el mundo en mi, en cada detalle que se pierde entre los vericuetos de la cabeza, en las ricas historias incompletas y las yermas noches de incansable ocio que en el extravío de banales ocupaciones desperdicié. Cada párrafo es un parir. Viene con sufrimiento y convulsiones de tan liviana memoria desterrante de momentos olvidados. He aquí lo que quiero contar, libre la palabra que encierra la letra, fresco el sentir que el pecho guardó.

¿Quién soy?

Estudiante de Comunicación Social y Filosofía. ricardotp@hotmail.com ---- ricohin

Para seguir. No escribo mucho