Ya sé que no me esperas, Magdalena

Fotografías de paisajes preciosos. El Magdalena, grande como la fe centenaria de los pueblos olvidados a sus márgenes, extendido a sus anchas se desliza calmo a la boca anhelante del Caribe, amante de sal, del sudor de los conquistadores, del de los piratas saqueadores y de los estoicos pescadores.
Ciénagas lloran el encierro en la tierra; su mal de amores no termina sino con la furia del padre inundándolo todo una vez más.
Tierra mística, recóndita, paraíso endemoniado alimentado de sangre; Magdalena de lecho blanco, tapizado de huesos y de plomo. Tierra amarilla sustento de vacas flacas. Tierra negra alimento de la Drumond. Tierra violada, perforada brutalmente y llevada lejos de casa. Tierra secuestrada y desaparecida.
Pasaré a través de la ventana. Seré menos que el suspiro ahogado del miedo y no tendrás de mí sino una impresión reminiscente, vaga y pasajera.
Te espero y sé que tu no me esperas. ¡Que importa! A ti voy.
Voy a tus costas, Magdalena viríl, indeterminable. Abrazaré con mi vista a la sierra y tu hermosura.
Hasta mañana.